Que fue?

En la Guerra del Yom Kippur, la OPEP ejerció su fuerza política por primera vez: cuando se llevaban 10 días de guerra, los dirigentes de la OPEP, el presidente egipcio Anuar al-Sadat y el rey Faisal de Arabia Saudí, anunciaron un embargo de las exportaciones del crudo a todos los países occidentales que proporcionaban ayuda o suministros a Israel. El embargo duró 6 meses, desde octubre de 1973 a marzo de 1974, y pretendía forzar a los aliados de Israel a presionar para que este devolviese los territorios ocupados (véase Antes).

7/26/2010

Unas notas sobre la crisis de 1973

En 1973 la alianza entre los países productores de petróleo, que vieron posible imponer un cártel de precios que los multiplicó en varios años, creó una crisis sin precedentes desde la última guerra Mundial entre los países desarrollados. Las luces de las autopistas se apagaron, se canceló el tráfico por éstas en los días laborables, y el precio de la gasolina pasó en España de 11 Pta/litro a unas 40 en muy poco tiempo.
Estos cambios en los consumidores fueron paralelos a los experimentados por los productores. En diez años varió totalmente la estructura de la propiedad de los yacimientos petrolíferos. Antes de 1973, un 20 % de los yacimientos eran gestionados por sus países propietarios, y un 80 % por las grandes compañías. En ese intervalo los porcentajes se habían invertido, y siguen hoy así. La oleada de nacionalizaciones desatada acabó en la gestión de los recursos por los propios poseedores.
Pero, a la larga, la crisis acabó perjudicando a estos mismos países, especialmente a aquéllos que tenían el petróleo como único recurso, a medida que se embarcaban en un tren de gastos que tuvo que irse cortando a medida que los países consumidores ideaban nuevas formas de gestión y consumo, a la vez que explotaban nuevos yacimientos.
Uno de los mayores misterios de la crisis del petróleo es por qué Estados Unidos la consintió. Pero la respuesta no es tan difícil si consideramos que en aquellos años el presidente Nixon estaba planeando muy seriamente el futuro de su país y tomando decisiones estratégicas que condicionarían su vida durante mucho tiempo. Ejemplos de ellas fueron la de terminar con la convertibilidad del dólar en oro (1971), fulminando los acuerdos de Bretton Woods de 1944. Otra, terminar con la guerra del Vietnam, iniciada por su antecesor Johnson, y que había sumido el país en un bache de pesimismo del que tardaría en reponerse.
En estas circunstancias, Nixon estaba ya advertido de que, tras tres décadas de consumo galopante de petróleo desde la II Guerra Mundial se acercaba el momento en que las propias reservas estadounidenses peligraban. Un medio de contribuir a la conservación de la estrategia mundial era consentir un encarecimiento del petróleo, cuyos efectos sufrirían mayormente los países europeos y los subdesarrollados sin yacimientos petrolíferos. No cabe duda de que la forma de la idea fue tomada en conversaciones del presidente con su asesor Henry Kissinger.
A la postre la crisis permitió un desarrollo tecnológico comparable al que se produce durante una guerra. En primer lugar hizo posible la explotación de los yacimientos del Mar del Norte, que hasta entonces habían sido inaccesibles por la profundidad de las aguas y lo tempestuoso del mar en aquella zona. En tres años la extracción se quintuplicó y Gran Bretaña quedó bastante a salvo de la crisis. Los propios Estados Unidos consiguieron poner en explotación sus inmensas reservas en Alaska, el oleoducto Trans Alaska (1270 km), obra cumbre de la ingeniería, acabó suponiendo una aportación de 1/3 de la producción petrolífera total de los estados Unidos, no sin vencer dificultades técnicas inmensas, desde la prevención de los terremotos hasta situar las tuberías a 3 m de altura para permitir las migraciones de alces y caribúes. El rendimiento del motor de explosión fue estudiado a fondo, y el consumo mejorado increíblemente: hoy un automóvil se mueve por niveles de consumo de la mitad de los de antes de la crisis. También el comercio se hizo más rápido y ágil con la aparición de los superpetroleros, y en definitiva la gestión del oro negro acabó revirtiendo los efectos del alza. Se pusieron en explotación nuevos yacimientos de petróleo y carboníferos, y a la vez muchos países de la OPEP entraron en crisis por su disminución de ventas, que les cortaba los ingresos a los que se habían acostumbrado. Sus poblaciones, acostumbradas a vivir de la subvención estatal, tuvieron que disminuir sus niveles de consumo o afanarse en buscar nuevos métodos de producción y creación de riqueza distintos de la mera extracción casi gratuita de sus reservas.
Tres décadas han transcurrido. Todo ha cambiado mucho, pero hoy la situación puede repetirse. La baratura petrolífera de los primeros 70 tiene su paralelo en la economía occidental de hoy con la de las materias primas suministradas por una China en expansión irrefrenable. En Occidente nos hemos acostumbrado a comprar alimentos, ropa, suministros informáticos y todo tipo de objetos a precios muy baratos, que han elevado sin mérito nuestro el nivel de vida al permitirnos mayores índices de consumo. Esto se ha traducido en una actitud bastante peligrosa: se da por descontado que la actual prosperidad es indefinida y que la máquina económica seguirá funcionando ella sola y sin esfuerzo por nuestra parte. Nuestro consumismo desenfrenado se da por supuesto e inagotable.
Pero imaginemos qué ocurriría si de pronto China decidiera duplicar los precios de los productos que de forma tan barata suministra a Occidente. Una maniobra así sería imposible en otros países acostumbrados a la libertad de comercio, en los que los precios de los productos se autorregulan a través de la competencia y no por ninguna orden estatal. Pero cuidado, China es distinta. Aunque de facto se haya convertido en un capitalismo vergonzante, en la práctica sigue gozando de una típica característica comunista: el país se rige mediante un poder dictatorial y no democrático. Esto quiere decir que una decisión de este tipo podría ser tomada por sus gobernantes sin importarles demasiado el hecho de que con ella se reduciría drásticamente la demanda. Un régimen doctrinario como son los comunistas es capaz de tomar decisiones políticas de esta envergadura.
Con ello China saldría perjudicada. Pero mucho más los países que tan alegremente se han acostumbrado a disponer de sus suministros baratos. El nivel de vida de Occidente retrocedería de forma drástica. Imaginemos los precios de productos de primera necesidad como son las ropas, los juguetes o incluso los productos alimenticios subiendo como un cohete. El nivel de consumo se reduciría, muchas industrias cerrarían, aumentaría el paro y nos encontraríamos con que los países habían protegido su capacidad de elaborar materias primas (nadie se dedica hoy a la agricultura y a labores sustituibles por importación)…
¿Quiénes serían los más perjudicados? Sin duda los países que no hayan ocupado de poseer un nivel tecnológico que les hiciera ser cotizados en el mercado internacional. Entre los cuales se halla España, donde nos hemos acostumbrado a la intermediación, a la franquicia y al escaso nivel tecnológico.¿Pueden cumplirse estos negros augurios? Se cumplirán sin duda, pues la economía se irá ajustando hacia una mayor valoración de la mano de obra china (no olvidemos que nuestra actual prosperidad se basa en sus míseros sueldos); nuestra única esperanza es que lo hagan de forma suave y alejada en el tiempo.

1 comentario:

  1. PETRODÓLARES:
    En aquellos años, el petróleo era la principal fuente de energía, por lo que su aumento produjo serias consecuencias en las economías de los países industrializados que dependían de la importación de petróleo para su funcionamiento. Importantes restricciones en el consumo de energía, además del lógico encarecimiento de la misma, afectaron tanto a la industria como la vida diaria de la gente que no podía utilizar su automóvil o tenía horarios limitados para ver televisión o para hacer uso de otros electrodomésticos.
    Por otra parte, los países miembros de la OPEP aumentaron considerablemente sus ganancias, a las que se denominó “petrodólares”. Esa enorme masa de dinero salió de los estados árabes para incorporarse al sistema financiero occidental, que comenzó a ofrecer préstamos a cualquier país que los solicitase. De esta forma, la mayoría de las naciones en “vías de desarrollo” se endeudaron creyendo que pronto se recuperarían de la “momentánea” crisis. En los años 80, este endeudamiento estalló cuando México declaró la imposibilidad de pagar sus créditos.
    Los países árabes conocieron una prosperidad nunca antes alcanzada, pero que no sirvió para el mejoramiento sustancial de la mayoría de sus habitantes, sino para el enriquecimiento de las minorías gobernantes. Por otra parte, compraron gran cantidad de armamentos, recalentando aún más la región, donde históricamente los problemas religiosos y raciales cada tanto estallaban en conflicto. Pronto surgieron incidentes con Israel, la revolución iraní, las guerras entre Irán e Irak y la del Golfo.
    Otro país que se benefició con la crisis fue la URSS, ya que contaba con grandes reservas de petróleo que exportaba con enormes ganancias. Desgraciadamente, gran parte de esos beneficios fueron utilizados para la carrera armamentista.
    La crisis del petróleo sirvió como justificativo para explicar la depresión económica de los setenta y los ochenta, y culpar a los países integrantes de la OPEP de la misma.
    Frente a la crisis iniciada en 1973, producto de la disminución de las tasas de ganancias de las grandes empresas, se empezaron a cuestionar las ideas keynesianas de intervencionismo estatal y se comenzó a cuestionar teórica y prácticamente el funcionamiento del “estado de bienestar”. El Estado, según los críticos, gastaba demasiado y era eso lo que generaba la crisis, por lo tanto había que reducirlo. El keynesianismo aseguraba que frente a la crisis había que seguir aumentando el poder adquisitivo de la gente para aumentar el consumo y la producción, y por lo tanto, mantener el pleno empleo, aunque eso generara una inflación controlada y disminuyera las tasas de ganancias de los industriales.
    Los críticos neoliberales o neoconservadores decían que el aumento de las ganancias era el único motor de la economía y por lo tanto se debían reducir los costos volviendo al liberalismo tradicional con la reducción del Estado, disminución de los salarios y eliminación de los puestos de trabajo innecesarios.

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